Al levantarse, tomó el celular y no podía creerlo. Activó y desactivó los datos móviles e hizo lo propio con la red wifi. Después de las labores cotidianas de la mañana, lo llevó a reparación pero se lo devolvieron una hora después con el reporte de que estaba en perfectas condiciones. Fue allí cuando aceptó que el estado del teléfono no era la esencia del problema. Se había convertido en víctima de la indiferencia y no le volverían a escribir nunca más. -- Crédito imagen
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