Cuento ganador del quinto concurso de cuento navideño (Neiva-Huila) en modalidad de docentes.
Papá Nicolás era, quizás por su longeva existencia, excesivamente terco y rehusaba a vacunarse contra la Covid-19. Sus más de 1500 años le otorgaban cierto aire de inmortalidad y afirmaba además que había sobrevivido a peores pandemias que la actual.
Ni siquiera se le derritió el corazón cuando Bemus, su duende griego de confianza, falleció a causa del mortal virus luego haber vacacionado e interactuado con otros de su especie sin usar el tapabocas ni conservar el distanciamiento. Tenía la idea de que sólo los humanos se enfermaban y morían. Aunque la vacuna ya había hecho su arribo a Groenlandia, la rechazó tajantemente con una aguda sonrisa de desprecio.
A medida que se acercaba la Navidad, Papá Nicolás recibía, como de costumbre, gran cantidad de cartas. Como era perezoso para los idiomas, contrató a profesores para que instruyeran a los duendes en su saber lingüístico. Su glacial reino estaba dividido según los continentes del planeta y cada sección se componía de zonas de viviendas, oficinas, magnánimas bodegas y pistas desde donde despegaban los trineos. Pero este año, todo fue diferente. Cierta noche mientras remendaba una bolsa que se le había roto, Hildur, la asistente que remplazaba a Bemus, tocó su puerta.
– Jefe, tenemos una situación extraña con la correspondencia de este año.
– ¿Qué sucede, pequeña Hildur?
– Muchas cartas, en especial de América Latina, África y Asia tienen una solicitud bastante particular. Es como si los niños se hubiesen puesto de acuerdo para pedir lo mismo. Mire.
Y dicho esto, le enseñó algunas traducciones que habían sido hechas a su natal groenlandés. Los ojos del anciano barbudo se expandieron como un par de galaxias a medida que recorría los senderos de aquellas palabras. Su corazón bombeó rápidamente y sus acanaladas manos le temblaron como si bajo ellas reposara una profunda falla geológica. Experimentó un salpicón de sentimientos y suspiró profundamente.
– Pues bien – respondió al poner la bolsa en su cama – Si eso es lo que quieren, eso les daremos. Son sus deseos y hay que cumplirlos.
La consecución del particular obsequio fue una tarea ardua para el viejo y su Legión Rojiblanca (que así llamaba a su ejército de colaboradores). Contactaron proveedores, gestionaron los presentes y lograron finalmente adquirir las mil millones de unidades solicitadas.
La noche del 24, la más ardua de todas como usted querido lector bien lo sabe, el coronavirus tocó con su manto oscuro el cuerpo de Papá Nicolás. Esto impidió, naturalmente, que pudiese laborar y sus súbditos no tuvieron otra opción sino la de entregar todo sin su tradicional guía. Con la satisfacción que les causaría ver tantas sonrisas, las criaturas tomaron fuerza, llenaron los trineos y despegaron de las pistas de cristal hacia los confines del mundo.
A la mañana siguiente, cuando el sol apenas dibujaba tímidamente sus primeros rayos sobre las calles y avenidas, los niños despertaron y, sin cepillarse los dientes, corrieron hacia el pino. Sus rostros parecían transfigurarse cuando no vieron juguete alguno sino una tarjeta de nieve con un mensaje:
“El espíritu de la Navidad oyó tus ruegos. Ya puedes acercarte al centro de salud junto a tus seres amados. El obsequio que pediste está listo”.
Los infantes informaron a sus mayores y en cuestión de horas todos los puestos de vacunación estaban atiborrados. Cada vacuna había sido debidamente marcada por la Legión para que no hubiese confusión. El trabajo había sido doble aquel año para los duendes encargados de América Latina, África y Asia, pues distribuyeron no sólo los biológicos sino también las tarjetas en las viviendas.
Esto tatuó la consciencia de Papá Nicolás hasta el punto de reconocer que estaba equivocado en su apreciación inicial. La felicidad emanada por los niños e inmunizados conmovió su ser sobre la importancia, en especial para él, de vacunarse. Pasados noventa días de su desafortunado contagio, se desplazó a Nuuk y le sonrió plácidamente a la enfermera mientras lo inyectaba en el brazo izquierdo.
(Más información sobre la Legión Rojiblanca aquí)
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Un Papá Nicolás muy humano, que bonito cuento.
ResponderBorrarLo que tanto nos falta, humanidad. Muchas gracias prima, un abrazo.
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