Estás cansada, abrumada y lamentas la distancia existente con él. No es necesario que lo digas, puedo percibirlo en tu trémula voz. Me escribes, en ocasiones con la más ridícula de las excusas, porque soy ese portal en el que logras esfumarte. Aquel que tan pronto plasma sus manos en tu nívea y húmeda espalda hace desaparecer a la esposa, madre y empresaria que eres. Me endulzas con tus ojos melosos y tu cabello de sol ilumina tu habitación. Y así termino liberándote, placenteramente, de tu caótico mundo.