Crédito imagen Lo más difícil no radicó en el virus esparciéndose por mis pulmones sino en el reto que me impuso el aislamiento. Fui confirmado como portador un día en el que “voladores” surcaban el cielo de una alegre alborada. Quise tomarlo con calma, pero el desespero que me ondulaba el abdomen terminó por dominarme. Instintivamente me encerré. Mi habitación fue mi universo cuya entrada y salida sólo yo autorizaba. Desde allí, agarré el celular y llamé a mamá. Sabía de su reacción alarmante. La condición dramática que la caracteriza es proporcional al amor que siente por mí. Pensaría ella en mi padre y en mi tía, quienes ya bordean el crepúsculo de sus vidas y son población en riesgo. Lloramos, me animó y me encomendó a una inacabable lista de santos. Al colgar, escuché alaridos desesperados. Era el resto de la familia que se enteraba. Mi rutina sufrió una instantánea transformación, compleja de asimilar. La invisibilidad de mis acciones triviales, a las que por lo general miraba po
Blog de historias cortas y poemas