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Mostrando las entradas de julio, 2020

A la deriva

Muelle de Puerto Colombia, Atlántico Crédito imagen Victoria tuvo el maternal presentimiento que se trataba de su hijo Alexander cuando escuchó la trágica noticia en la emisora comunitaria. Dos pescadores se habían extraviado en la inmensidad del mar Caribe aquel primero de abril de 1985. Dejó la ropa en el lavadero, se secó las manos y se vistió rápidamente. Caminó hasta el muelle de su natal Puerto Colombia para averiguar más sobre lo ocurrido. Encontró a uno de los amigos de su hijo y con voz azarosa y entrecortada preguntó por él.  – Seño Victoria – le dijo el pescador mientras bajaba penosamente la mirada – Alexander es uno de los que están perdidos.  El sol se zambullía en el opulento océano. Victoria no pudo contener su aflicción y sin decir palabra alguna miró hacia la mancha azul por unos minutos, se despidió tímidamente de los pescadores y se devolvió cabizbaja al rancho. En la intimidad de su habitación, tomó la camándula, hizo el Rosario y le pidió a la Virgen del Carmen po

Sensorial

Crédito imagen Aquel diciembre, la pareja cuidaba una casa ajena. Esa noche adornada de luciérnagas fue todo distinto. Entraron en la habitación, le hizo colocar sus manos atrás, las ató y privó su vista con una venda escarlata. La escuchó caer sobre la cama y le dijo:  – Quítame la ropa.  Se sentó encima y empezó, torpemente, a desabotonarle la blusa con sus incisivos. La mujer se dio vuelta y él liberó los tres ganchos de su sostén. Desajustó su falda y su panty oscuro, deslizándolos por sus piernas. Ella se contorneaba para ayudarse a liberar de las prendas. Yacía desnuda, sin que él pudiese tener el gusto de contemplarla con sus ojos. Sonó su nariz y la acercó al cuerpo de su amante. Inició el trayecto en su frondosa cabellera, la cual emanaba un aroma de canela. Bajó por su cuello y sintiendo su agitada respiración, su blanca piel se excitó. Olió el rubor de su rostro, el floral desodorante de sus axilas y la crema hidratante en su abdomen. Culminó en el olor a mar de su entrepier

Saqueo

Crédito imagen – Parece que va a llover – le advirtió su madre – apurémonos.  Las gotas empezaban a estrellarse como kamikazes en el desconsolado rostro de William. Tendría que apurarse para sacar lo escaso que había quedado en su apartamento.  Hacía seis meses, su matrimonio con Adriana había terminado. Desde entonces, ella lo había dejado y vivía solo. De carácter zángano, aprendió lo que nunca hacía mientras convivía con su exmujer: aseo, lavar baños, preparar su desayuno y demás quehaceres hogareños. Era un mantenido, todo se lo hacían.  Vivía una vida solitaria pero tranquila. Atrás quedaron las discusiones extensas, los celos excesivos y las difamaciones que habían afectado su trabajo. No se consideraba un santo per se. Reconocía que había cometido errores fundamentados en su placer lujurioso e insaciable. Ella tendría la razón en sus reclamos. Los dos se sacaron la tarjeta roja simultáneamente. Su rutina de recién separado le brindó la libertad de la independencia. Aquella que l