vistiendo descomunal suciedad,
cerco en mis brazos de felicidad,
a mi buen padre en singular destello.
Miro furtivo sus manos mugrientas,
quienes me han brindado excelsa heredad:
salud presente de vitalidad,
educación sublime en las tormentas.
Te observo y bien admirado demando:
¿Por qué es tan perenne el amor a tu hijo,
que en gran responsabilidad deriva?
Nunca pareces estar acabando
tu vigor paternal, tu regocijo,
¡Ni tu misión de amar con desmedida!
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