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Mostrando las entradas de diciembre, 2019

Vaivén maestro

Como liviana hoja danza el maestro en huracanados vientos de pudientes lujos y humildes penurias: Enseña en mesas de rústicas maderas y sobre aquellas de preciosas piedras; bebe aguapanela, come panes calentados, le ofrecen frescos jugos importados; sus manos se cubren de tiza como blanco guante, se abruma con tecnología de cambio constante; usa el módico y obsoleto diccionario e incluye novedoso software visionario; sus estudiantes visten harapos viejos, otros prendas que alegran los espejos; mora entre la protección de escoltas esbeltos y la multitud de conflictos no resueltos; labora en escuelitas de tristes bloques y en universidades con delicados retoques. Quedan de su vida camaleónica, llena de contrastes y contextos, todos sus motivos expuestos: El acto sublime de enseñar, su condición humana develada, el deseo ascendente de aprender.

Diosa

Esta noche, superando los momentos adversos, se inspira mi alba pluma con lozano placer, y escribir alborozado un alfabeto de versos, que reposen en su memoria sin perecer. En la primitiva, lúgubre y tierna residencia, me creó en el inquilinato de su matriz, amándome y anhelando cuan sublime descendencia, arrojándome al mundo para ser su aprendiz. Admirable su desinteresada entrega altruista, sanando con ahínco mis vehementes dolores, nunca enlutando su incansable espíritu optimista, mas quitando mis enfermedades sus posesiones. Vio usted crecer al estudiante y hoy profesional, edificó mi mente de virtudes y defectos, con sabia balanza espiritual e intelectual, me instruyó en la vida por sus difíciles trayectos. Sincera, firme y amorosa ha sido siempre su esencia, que para sus hijos es hoy magnánima enseñanza, amar desmedidamente sin perder la prudencia, para hacer de nuestra existencia un gran mar de bonanza. Si tan sólo tuviese yo poder sobre la muerte, materializaría su perenne

Presentimiento mortuorio

Victor Hugo en su lecho de muerte. Crédito imagen Contemplo a mi padre con un nevado en el pelo, los ojos lerdos, el cuerpo encorvado, la sonrisa débil, y no puedo ocultar la aflicción de mi semblante causada por el fatal momento cuando su vida cese y su posterior eternidad se inunde de inconsciencia. Señor mecánico: ¿Adónde emigró su vigorosa fuerza al caer el martillo sobre el cincel para liberar la tuerca del aferrado óxido? El dolor habla, le implora a la dama oscura que toque a mi viejo hombre, ella escucha su clamor complacida. Hoy, percibo los pasos en su lecho, la respiración penetrante congela sus lágrimas. Su segura victoria se acerca después de años de alegre gabela. Hoy, Empiezo a asumir la prontitud de su ausencia, el fin de su existencia y el nacimiento de su legado: Dejará como herencia la maravilla de su tenacidad, la admirable entrega que como un roble no se doblegó fácilmente ante viles serruchos. Emanará el haz luminoso del amor a sus hijos, el regocijo en su

El carpintero millonario

Crédito imagen Primer puesto en el Tercer Concurso de Cuento Navideño, organizado por el Diario La Nación y el Centro Comercial Unicentro. Las lágrimas descendieron por el delicado rostro de Emmanuel al contemplar que se acercaba la Navidad y bajo el arbolito no había regalo alguno. Su padre era de escasos recursos económicos y en las últimas dos semanas había conseguido sólo para que pudiesen comer. Williamson, que así se llamaba el progenitor, era un humilde carpintero. Vivía la mayor parte del tiempo encerrado en su taller haciendo o reparando todo tipo de muebles. Con tristeza e impotencia, contemplaba a su hijo mientras jugaba con otros niños afuera del rancho. En su mente retumbaba la solicitud que todos los pequeños hacían en la mágica temporada de diciembre: un obsequio para que fuesen felices. Pero el ansiado dinero no llegó. Así que tomó una decisión. Se encerró en su taller durante el fin de semana anterior a la Navidad. Emmanuel escuchaba los ruidos emitidos por el