Luego de una minuciosa revisión de lo que ha escrito se siente decepcionado e invadido por una desbordada angustia. Borra el archivo, se levanta de la silla y se aleja del computador. Varias imágenes cruzan por su mente en un intento de reivindicación. Ninguna lo satisface. Se acuesta y enciende el celular con el ánimo de encontrar alguna especie de señal. Revisa sus redes sociales y lee artículos en línea. Su desespero aumenta a medida que el reloj avanza. Las dos horas libres que tiene se están acabando. Trata de tranquilizarse con la idea de que ella llegará cuando menos se espera. Pero también pone en consideración los que afirman que no siempre se debe tenerla. En ese tire y afloje, su mente se sumerge en una maraña de ideas que batallan por ocupar el territorio de las otras. – ¡Hijo, a almorzar! – le grita la madre desde la cocina. – ¡Ya voy! – responde irritado. Piensa en la posibilidad de hacerlo sobre un profesor que regala clases de inglés para tener con quién hablar o en una
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