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Entradas

Emprendimiento

Segundo lugar del primer concurso de microrrelatos, organizado por la Biblioteca y la Vicerrectoría Académica de la Universidad Surcolombiana. José Bacca recibió a Mariana y fueron al estudio. La periodista encendió la grabadora. ―Su negocio de carne de cerdo es el más exitoso de Neiva ―empezó diciendo―, cuéntenos un poco sobre él.  ―Inicialmente, sólo tenía estos utensilios viejos y el horno que heredé de mis abuelos. Mariana lucía maravillada con la historia de superación que veía venir.  ―¿Y para conseguir la carne? El empresario tomó el cuchillo, lo detalló y luego la taladró con la mirada.  ―No dejando salir a nadie de aquí ―le dijo mientras la grabadora se teñía de rojo.

El sastre

“Otra más”, pensó. Recibió la camisa, la desdobló y contó los orificios: ocho. Fue al taller, tomó hilo y enhebró la aguja de la máquina de coser. A medida que cerraba cada abertura, notó una mancha tenue de sangre alrededor de la que estaba a la altura del corazón. Intentó limpiarla, sin éxito alguno. A la mañana siguiente, los familiares regresaron a buscar la prenda. Vivió en esa rutina hasta que se vio forzado a abandonar el pueblo semanas después. Le informaron que la próxima camisa era la suya.

Club de running

La penumbra alrededor de la universidad le daba a la competencia nocturna un toque desafiante. Camilo corrió con una determinación voraz, como si a la noche siguiente no tuviera que participar, y llegó en primer lugar. Los demás, menos experimentados, comenzaron a rezagarse. La angustia se dibujó en sus rostros al sentirse cansados y saber que no lo lograrían. Era imposible competir contra las motos. Detuvieron la marcha, resignados, y alzaron las manos mientras los ladrones los despojaban de sus pertenencias.

Rucho

Durante la clase de lengua castellana, la profesora pide a sus alumnos que describan a su mejor amigo. Tras varias respuestas, llega el turno de Ana. —El mío es pequeño y peludo. Aunque su mirada es triste, expresa su ternura en cada rebuzno. Le gusta pasear por el patio de mi finca, olfateando las flores. Cuando lo llamo, viene feliz a mi encuentro, buscando mis caricias y dispuesto a jugar. Al terminar, los murmullos se convierten en risas contenidas. —¿Rebuznos? ¿Su mejor amigo es un burro? —se atreve a decir uno de sus compañeros, en tono burlón. La profesora ordena silencio y, con voz firme, les habla de la autenticidad de la amistad, incluso entre humanos y animales. A Ana le tiembla todo su cuerpo. Con esfuerzo, se levanta y camina hacia la biblioteca. Allí, en las páginas desgastadas de su libro favorito, encuentra al pequeño asno. Él la consuela con sus historias mientras ella, en silencio, deja que sus lágrimas humedezcan las hojas una vez más.

Pitonisa

Alondra, la gata de Alana, tenía un don especial: sabía localizar y curar los dolores de su ama. Cuando sufría de cefaleas, la felina se trepaba a su cabeza y permanecía allí durante horas. Si se sentía mal del estómago, Alondra subía a su abdomen y le amasaba suavemente con sus patitas. Alana era casada, pero su esposo vivía en otra ciudad. Trataban de mantenerse en contacto tanto como podían, aunque ella extrañaba las caricias y la cercanía de la convivencia. No se veían en persona durante meses, y él se había vuelto cada vez más cortante en sus palabras. Una tarde, él la llamó. —Amor, ¿crees que debamos seguir separados? Te extraño —dijo ella, con voz suave. —Lo importante es que nos queremos —le respondió—. Esta oportunidad laboral no la tendré allá. —¿Pero tú me sigues amando? —Profundamente, mi cielo. Después de una hora, él tuvo que colgar, y la videollamada terminó. Alana sintió alivio con la confirmación de sus sentimientos y sonrió. Alondra, que la observaba con sus profundos

Mudanza

Después del accidente, mis palpitaciones disminuyen. Una luz, contrastante con la oscuridad en la que siempre he estado, penetra por una ventana. Me detienen arbitrariamente. Sin comprender por qué, sigo consciente. Me desprenden y, por primera vez, veo a quien servía: era joven y su cuerpo está cubierto de sangre. Me colocan en una nevera. Pasado un tiempo, me sacan y me introducen en un nuevo orificio. Siento temor al entrar, tiemblo, y todos a mi alrededor se turban ante mi reacción. Me conectan a cables desconocidos. Una descarga eléctrica me atraviesa y, de pronto, mis músculos vuelven a moverse. Regreso a la vida. Las cortinas de esta nueva ventana se cierran, y la oscuridad me envuelve de nuevo. Durante días, sólo escucho el pitido de los monitores. Para mi tranquilidad, me adapto con rapidez. Aquí me siento bien, como si ya hubiese habitado este lugar. ―La partida de tu hermano prolongará tu existencia, hijo ―escucho murmurar a una voz femenina entre sollozos.

Desierto

El poema era sobre una bicicleta. La poetisa lo declamó con un sentir sublime, haciendo suyos todos los versos. Al terminar derramó algunas lágrimas y no conseguí leer la naturaleza de su llanto. La ovacioné con fervor, pero, para mí sorpresa, a mi alrededor escuché unos pocos aplausos. Pensé que su interpretación no había sido del agrado de la audiencia. Giré mi cabeza y miré hacia atrás como buscando una explicación. Todo tenía sentido. La artista le había leído a un centenar de sillas vacías.

Caravana del terror

El arribo de la caravana aquella noche del 31 de octubre fue intenso. Los disfrazados que degustaban con amigos y familiares en los comercios nocturnos corrían y gritaban desesperados. Unos rogaban; otros sufrieron heridas, producto de los enfrentamientos. Todo fue en vano; terminaron llevándose a muchas. Luego de su paso, el ambiente se inundó con un llanto generalizado. Lo último que le escucharon a los verdugos antes de perderse en la oscuridad era que ya no cabían más motos en las grúas.

Fill-in-the-blanks exercise

The holes that had been dug in my life turned me into a fill-in-the-blanks exercise. Those to whom I was special helped me out, although I was able to do most of it myself. The sentences were completed correctly but, after several tries, one remained unsolved. It was about love. I must confess that for seven years, I felt hopeless, believing no one would ever find the answer. Then, at the moment I least thought of, she showed up and wrote her name on the missing blank. And thus, the exercise was finished. -- Los huecos que habían sido cavados en mi vida me convirtieron en un ejercicio de rellenar espacios. Aquellos para quienes yo era especial me ayudaron, aunque fui capaz de hacer la mayor parte por mí mismo. Las oraciones se completaron correctamente, pero, tras varios intentos, una quedó sin resolver. Era sobre el amor. Debo confesar que durante siete años me sentí desesperanzado, creyendo que nadie podría encontrar la respuesta. Entonces, en el momento en que menos lo esperaba, ell

Entre sombras y silencios

Te quiero en la imposibilidad de entrelazar nuestras manos en la calle, en la restricción de los besos públicos y la soledad con que reposamos en las noches, en esa escasez de amaneceres en común y la inconveniencia de nuestros perfumes en las prendas, en la formalidad con que nos tratamos en medio de presencias ajenas, en lo efímero de lo escrito y la perpetuidad en la memoria de lo que decimos, en las pocas fotografías donde podemos ser y las muchas en que fingimos, en los minutos limitados y lo que ocultan nuestros regalos, en las nulas amistades y los lugares sombríos que nos iluminan, en la ausencia forzosa del otro cuando enfermamos, en los viajes cortos y la coherencia de nuestra versión ante el mundo. En todo eso, te quiero.

Al margen

Don Jairo repara ventiladores. Pedalea una bicicleta que arrastra un viejo carruaje a cuestas. Allí guarda todo: ropa, implementos de aseo, repuestos y herramientas. Al término de su jornada laboral, lo aparca a la salida del San Pedro Plaza, por la Avenida 26. Abre espacio, tiende el colchón, ingresa en él, amarra la abertura de la carpa con una cabuya y se acuesta. La gente pasa a su lado y, por alguna razón, no notan su presencia. Yo sí lo veo y él también me reconoce. Debe ser porque compartimos la misma misera.

Tildes innecesarias

En la clase de español, la estudiante no sabía si debía poner la tilde. Levantó la mano y le pidió al profesor que se acercara. ―Profe, ¿aquí debo escribir “cáncer de mama” o “mamá”? El maestro la miró, su mente rebobinando recuerdos. En sus ojos asomaron algunas lágrimas. ―Da lo mismo ―respondió pensando en quien era su progenitora.

El cometa del siglo

Llegaron al desierto justo después del atardecer. Mike sacó los binoculares de la mochila y le dio un par a Alana. Fijaron su vista en el cometa y apreciaron en silencio la forma en que su cola acuchillaba el telón del firmamento. – Es el C/2023 A3 – interrumpió Mike – pero lo han denominado “el cometa del siglo”. – ¿Por qué? – Por su espectacularidad. Sólo míralo, ¿no es hermoso? Alana emitió un sonido de aprobación. – Dejaremos de verlo en pocos días y volverá a visitarnos en 80.000 años – retomó Mike. – Algo único, por lo visto. – Sí, mi C/2023 A3.

Paquita

¿1993? - 17 de octubre de 2024 Cuando llegó a nuestra casa, por allá en 1993 si la memoria no me traiciona, como suele hacerlo, no sabíamos si era macho o hembra. Le decíamos Paco, Paquito, Paca, Paquita…Concluimos, luego de más de 30 años que vivió con nosotros, y con un método que de científico no tenía nada, que era hembra por una particular razón: su poca empatía cuando se le acercaban las mujeres o cuando una mujer acariciaba a un hombre de la casa. Irónicamente, como suele ser la vida, quienes más la atendían era mamá y mi hermana. Con los hombres de la casa era feliz y permanecía complacida. Papá y mi hermano la llevaban a la sala y la hacían reposar en sus hombros o vientres hasta que la devolvían a su jaula cuando su sistema digestivo hacía de las suyas y les manchaba la ropa. Era extremadamente consentida, así como nos tiene acostumbrados mamá. No comía nada que no fuera preparado por ella, pues estaba profundamente enamorada de su sazón. Cuando pedíamos domicilios los doming

Singularidad

Me gusta hablar con mi tía de nuestro pasado cuando entro a su habitación en las tardes. – Mientras su mamá trabajaba, nos hacíamos en la silla y lo mecía hasta que mijito se quedaba dormido. Luego guarda silencio, como dibujando lo dicho en su mente, y su mirada se extravía. – Tantos momentos bonitos – retoma – como cuando nos hacíamos en la silla y lo mecía hasta que mijito se quedaba dormido mientras su mamá trabajaba. Y así, sucesivamente, le escucho pacientemente todas nuestras anécdotas hasta que el sol se debilita.

Semana de receso

Matías tenía un particular brillo en sus ojos. Descargó su morral en el sofá y con saltos cortos llegó hasta donde Luis, que se encontraba frente al computador. – ¡Papi! – exclamó emocionado – ¡Por fin, semana de receso! ¡Podré levantarme tarde y jugar más tiempo en mi Xbox! ¿Pero sabes? ¡Quisiera tener varias semanas así, como tú! Luis aprovechó el abrazo de su hijo para limpiarse una lágrima que le comenzaba a rodar por el rostro. Matías fue a la habitación. Luis abrió su navegador web y digitó “elempleo.com”.

Monopoly

Los hombres estaban interesados en la finca. Jacinto y Esperanza, sus propietarios, no querían deshacerse de ella. Hablaron durante una hora, con algunos altibajos en los tonos de sus voces, pero no llegaron a ningún acuerdo. Luego se escucharon dos disparos. –Negocio cerrado, mi comandante– dijo por radio uno de ellos.

Paseo de la muerte

Luego de un año sin avances, al cáncer de Gerardo se le acabó la paciencia. – ¡No insista más con esa gente! – le dijo. Y terminó apiadándose de él.

Cuatrocientos metros planos

Minicuento finalista (quinto lugar) del 34 Concurso Nacional de Minicuento "Rodrigo Díaz Castañeda", organizado por la Alcaldía de Palermo y el Diario La Nación. Aunque habían entrenado durante años, se sentían agotadas para la prueba final. Se escuchó el disparo. Guadalupe corrió como si de su última carrera se tratara y cruzó la meta en primer lugar. Miró hacia atrás y, contrario a sus deseos, sintió angustia al ver que su hermana no estaría en el podio con ella. Los de la patrulla fronteriza eran mejores atletas.

Crepúsculo ardiente

El resplandor detrás de las montañas cautivó a muchos en la ciudad. Cientos de fotos inundaron las redes sociales y la gente daba gracias a Dios por el particular ocaso. Mientras tanto, en las laderas ocultas, hombres sudorosos y deshidratados luchaban incansablemente para extinguirles el atardecer.